26 octubre, 2014

Soledad y Felicidad

La soledad era siempre agradecida en momentos relajados. Le gustaba sentir libertad mientras sentía la compañía del silencio. Amaba la soledad en su hogar, pero sus pensamientos y sensaciones se volvían vulnerables al compartir su soledad con el resto del mundo.

Nunca le gustó salir a dar un paseo sola. En sus paseos se cruzaba con personas que nunca antes había visto, y otras con rostros que resultaban añejos al situarles siempre en el mismo lugar.

Aquella noche desafió sus convicciones y fue a disfrutar de la noche en soledad. La luna aconsejó ciertos caminos para disfrutar de una ciudad bajo su luz. El silencio resultaba volátil siendo atropellado por los vehículos que circulaban. Madrugada en una ciudad empedrada que invitaba a pasear entre sus edificios mientras, en los recovecos de las paredes, silbaban voces alegres que provenían de sus calles. Aquella pequeña ciudad albergaba experiencias dramáticas y sabias. La sabia nueva disfrutaba de la vida sin pensar en amarguras venideras.

Terminaba una calle y comenzaba otra. Dobló la esquina y observó luz con bullicio a lo lejos. Sus pasos fueron acercándose de manera curiosa observando los rostros de las personas que se cruzaba. Jóvenes que disfrutaban de la noche con los amigos. El local estaba lleno y apenas pudo hacerse hueco entre la gente para intentar avanzar. El calor era sofocante y se quitó el abrigo mientras observaba a las personas de su alrededor. En aquellos instantes pensó que no encajaba en aquél lugar.

Mujeres esculturales adornadas de vestidos con destellos de luz y hombres que despertaban en ella mil sensaciones. Tomo la decisión de marcharse de aquél lugar cuando observó que varios ojos permanecían clavados en ella. Sus miradas decían: ¿Dónde vas? Esa mirada inquisitoria acompañada de curiosidad produjo un saludo sonriente por parte de ella.

Dio media vuelta y comenzó a caminar hacia la salida pensando que sería mejor volver a casa. Pocos metros antes de salir se interpuso en su camino un hombre que comenzó a decir su nombre con una sonrisa:

- ¡Hola! Soy Pedro, ¿qué tal?
- Hola, disculpa me marchaba ya.

- Ya veo -sonriendo-. ¿Dónde vas con tanta prisa?
- No llevo prisa -mirando hacia la puerta-.
- Te irás sin decirme siquiera tu nombre?

- Sí. Entre a ciegas y creo que me equivoqué de lugar.
- ¿Por qué? Este sitio está muy bien y, como escucharás, la música tampoco está mal.
- No tengo nada en contra del sitio, ni me voy por la música. Simplemente no encajo en este mundo.
- ¿Qué mundo?
- El mundo de la riqueza donde los esfuerzos no se tienen en cuenta, donde las superaciones personales sólo son los lujos. Un buen coche, un buen acompañante con dinero, lo inalcanzable y vacío que catalogamos muchos...
- ¿No te gusta el dinero? ¿Poseer lujo y todo cuanto sueñas?
- Sería tonta si no me gustara, pero te aseguro que todo esto... no da la felicidad completa.
- La felicidad es algo muy difícil de alcanzar.
- Todo depende de lo que cada uno considere sentirse feliz. El baremo lo pone cada uno de nosotros. Muchas de estas personas se sentirán felices por cuestión material y son afortunadas si también son felices con ellos mismos.
- ¿Dónde quieres llegar?
- No importa –riéndose-, ¿tomamos una copa?, pero antes, ¿me dirás tu nombre?
Marta, ¿puedo irme ya? 



Copyleft. Alzado 2003.
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1 comentario:

Anónimo dijo...

Comenzando con Marta... Promete. Al final sucumbe al embrujo de la opulencia y el lujo. Es difícil mantener las convicciones cuando se te ofrece el acceso a un mundo que has tenido vedado...