19 abril, 2006

Anécdota cotidiana.

Llegó casi detrás de mí y ocupó la cama contigua de aquella habitación de hospital. Su complexión era delgada, y su melena aparecía dispersa formando una débil capa ausente de higiene. Su edad podría ser igual a la mía, pero su rostro marcaba sufrimiento. Al poco de estar juntas sabría por qué.

Cuando la doctora entró se aproximó a su cama porque estaba situada la primera desde la puerta. Mi curiosidad pensó únicamente en sus síntomas porque suponían un nuevo conocimiento sobre otra enfermedad. Algunos de sus síntomas eran similares a los míos, pero ella los sentía más intensamente. Un hombro dolorido, unas manos que producían aullidos de sufrimiento ante el mínimo roce y una frustración que volcaba en los ojos de una doctora que escuchaba con preocupación todos aquellos lamentos. Para Estrella resultaría difícil transmitir con palabras la esperanza de una mejor calidad de vida, pero debía hacerlo para infundir aliento a la paciente. Seguramente son muchos los momentos que, aquéllos que profesan la medicina, tienen que combatir a diario dolor con palabras y tranquilidad con tratamientos...

Cuando Estrella salió de la habitación nos dejó de regalo palabras cargadas de cariño y firmeza que sirvieron como punto inicial de una conversación basada en lo escuchado por ambas partes. Elena me preguntó:

- ¿Escribes?
- Sí, me gusta.
- Yo estoy apuntada en un curso de escritura.
- ¡Anda! ¿qué tipo de escritura?
- Pues… creativa. La normal.
- Aja…
- El problema es que hace más de un año que no escribo. Mis manos no me permiten sujetar un lápiz y mis dedos no me permiten escribir en ordenador, pero me gusta ¿Qué se puede hacer cuando lo te gusta no puedes realizarlo por el dolor que conlleva?


Desde ese momento Elena comenzó a narrarme las vicisitudes que tiene que encontrar en actos que a todos nos resultan cotidianos: Ducharse, vestirse y alimentarse. Elige blusas porque sabe que cuando intente quitarse un suéter sus articulaciones no se lo permitirán sin cobrar un precio por ello, sus manos refrenan el placer de poder ofrecerle un desayuno a su hijo y renuncia a comer por no poder abrir la nevera. A todos nos resultan actos habituales en la supervivencia del día a día, pero a Elena le suponen un reto.

Ella tiene una enfermedad que ataca sus articulaciones porque padece Artritis Reumatoide, pero la lista de enfermos se engrosa por multitud de personas que vivimos en este planeta. Con el paso de los años surgen nuevas enfermedades, y algunas son de sobra conocidas: Cáncer, SIDA, Lupus, Esclerosis, Octeogénesis, Síndrome de Apert… La diferencia estriba en terminal o crónica. Algunas se presentan de manera terminal porque los estudios sobre ellas aún son desconocidos para atajar rápidamente los síntomas, y las crónicas luchan contra el tiempo para conseguir una mejor calidad de vida. Unas acaban contigo, y otras conviven a través de los años en tu persona, carácter y pensamientos.

Cuando alguien te cuenta su enfermedad es difícil transmitir esperanza en palabras que salen entrecortadas, y la comprensión debe mostrarse con cariño, ternura y un trato “sano”. No debemos olvidar que es una persona enferma que también sueña y sonríe, manteniendo anhelos para un futuro próximo y guardando energías para derrocharlas en los momentos felices, que sigue necesitando ayuda en los agravamientos de su enfermedad.

Elena podemos llegar a ser todos los que portamos una enfermedad, y la templanza de Estrella pueden tenerla todos aquellos que se encuentran sanos.




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