07 diciembre, 2014

Declaración de principios

Me perdería en tu mirada mientras disfrutas de aquello que te hace sentir.
Te abrazaría en los momentos de tristeza donde tus gestos lloran.
Te amaría hasta perder la conciencia y el sentido de la realidad.
Te querría por el placer de hacerlo, sin esperar nada a cambio.
Te divertiría hasta comprobar que tu alma disfruta.
Te extrañaría como si no fuera a verte más.
Te necesitaría como una flor necesita del agua y la luz.
Te acariciaría como si fueras algo sumamente delicado.
Te escucharía como si fueran tus primeras palabras.
Te observaría hasta que el sueño me venciera.
Te sonreiría hasta penetrar en lo más profundo de tu corazón.
Te besaría hasta quedarme sin aliento.

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Me pierdo en tus brazos cuando envuelven mi cuerpo.
Me abrazo a tus sentimientos cuando tu ojos descifran los míos.
Me divierto cuando te comportas como un niño atrapado en el cuerpo de un hombre.
Me sonrío cuando tu elocuencia destierra los malos recuerdos.
Te extraño cuando te sueño y no estas junto a mí.
Te quiero cuando extiendes tus brazos para abrazarme.
Te necesito cuando mi alma llora.
Te acaricio cuando deseo sentir el contacto de tu piel.
Te escucho cuando pronuncias mi nombre.
Te observo cuando tu mirada se pierde en la mía.
Te beso cuando mi mente quiere acariciar tus labios.
Te amo cuando te pienso.


07 noviembre, 2014

Pequeños placeres

Aquella mañana los ojos de Eva buscaron el nuevo día demasiado pronto. Su mente se negaba a adormecer sus pensamientos, y su cuerpo pedía actividad. Se levantó con demasiada pasividad, quizá por llevar la contraria a lo que le pedía su otro yo interno, pero tuvo que claudicar cuando sus pies iban directamente hacia la ducha. Un baño de agua caliente vendría bien para terminar de despertarse y desechar la idea de volver a la cama. 
Mientras se desnudaba, observó su cuerpo de apariencia frágil, un rostro de sobra conocido y unas bolsas sospechosas que asomaban debajo de sus ojos ocultando las cuencas que recordaba haber visto la noche pasada. Retención de líquidos, pensó. Hoy tendría que hacer algo para que esas pequeñas bolsitas desaparecieran y recuperar su rostro normal. 
Luis había madrugado más que ella y sólo recordaba el beso matutino que él le dio mientras ella disfrutaba de la calidez de las sábanas. El chorro de agua caliente cayendo por su melena la sumió en un momento plácido, mientras pensaba en lo que haría mientras Luis llegara. El agua resbalaba por su cuerpo mientras observaba como iba mojando su pequeña anatomía poco a poco. Ante la ausencia de Luis, pensó que no había nada mejor que comenzar el día con un pequeño placer, y la ducha de agua caliente había sido su elección. Mientras duró el ritual del aseo determinó que haría cuando desayunara. Era algo que llevaba tiempo pensando pero que, sin embargo, nunca se había decidido a hacer. El siguiente placer que pudo proporcionarse fue oler a café recién hecho. Años atrás aborrecía el café, pero después de probarlo un día por compromiso fue aumentando su adicción a la cafeína poco a poco. Ahora le gustaba con cuerpo, fuerte y apagando ese sabor con apenas unas gotas de leche. Lo justo para mancharlo. La cocina fue inundándose poco a poco de los olores característicos de una mañana de domingo. Café, tostadas, zumo de naranja recién exprimida... Aún era pronto para que se oyeran las voces infantiles de sus vecinos, y quiso sentir el silencio reinante en toda la casa y alrededores. Otro momento de placer. 
Cuando hubo terminado, fue al dormitorio para elegir el vestuario más apropiado para lo que se disponía a hacer. Unas mallas, un sueter ancho y unas botas cómodas. Miró hacia la ventana. No podría adivinar fácilmente la temperatura del exterior, pero observó que los cristales estaban empañados y eso era indicativo de que fuera, hacía más frío que en casa. Posiblemente añadiría una bufanda y un gorro mientras su cuerpo se estremecía al notar mentalmente la calidez de su abrigo. 
Salió de casa pensando que no había dejado ninguna nota a Luis. Volvió sobre sus pasos y buscó encima del mueble papel y boli para dejarle anotado: "Cariño, estaré en la plaza. Si te apetece, allí te esperaré. Luego ya veremos lo que hacemos. Te quiero."
Esta vez, sí, salió de casa y se encaminó escaleras abajo sin pensar en lo que podría surgir de aquella plaza. La calle apenas estaba transitada, la ciudad aún dormía y hacía frío. Alguien tan loco como ella saldría a la calle para nada en concreto, y tanto a la vez. La plaza se encontraba a pocos pasos de su casa. Apenas tardó unos minutos en llegar a ella. Nadie en los alrededores, pésimo plan, pensó. El ruido de unas tazas de café alineándose en la barra despertó sus ganas de un segundo café. Haré tiempo, pensó... 
Entro en la cafetería y se sentó en una de aquellas sillas vacías que llenaban el local. Dos personas estaban como ella sentados en la barra. Eran dos hombres que conversaban acerca de lo vivido la noche pasada. Uno de ellos mantenía el nivel de conversación con tono normal, mientras el otro balbuceaba palabras sin sentido mientras intentaba explicarle a su compañero de barra que esa noche había conocido a la que podría ser, la mujer de su vida. Su rostro denotaba excitación y, a la vez, la mirada perdida del alcohol. Su acompañante le decía que estaba equivocado, que aquella mujer había pasado de él en toda la noche, y que las copas ingeridas no le habían permitido ver la realidad. Añadiendo que si de verdad le interesaba esa mujer, le demostrara que tenía su número de teléfono. 
El ilusionado buscó entre sus bolsillos, mientras el incrédulo se reía... 
En aquellos momentos entró por la puerta del local otra alma madrugadora con un niño de apenas 6 años de la mano. Ocuparon dos sillas y llamaron al camarero anunciándole un café con leche y un cola-cao. El niño bostezaba mientras su madre echaba el contenido del sobre en un vaso de leche caliente y removía para mezclar. Escuchó como la madre volvía  a solicitar al camarero un croissant a la plancha, mientras le preguntaba a su hijo si tenía hambre. El niño apenas contestó haciendo un pequeño gesto negativo con la cabeza. Su madre le explicó que tenían que darse prisa porque debían coger el bus a tiempo. Ilusionó el despertar del niño adelantándose en el tiempo narrando lo que aquél día les deparaba. Una pequeña reunión familiar donde podría jugar con sus primos. Unos primos que conocería por primera vez. Los ojos del niño de abrieron de par en par ante el miedo a lo desconocido y la cercanía de saber que aquellas personas nuevas en su vida formaban parte de su familia. 
Mientras, los dos compañeros de barra habían llegado al acuerdo del enamoramiento fugaz y los alicientes que pueden depararte otra noche de juerga. 
De repente el teléfono de Eva sonó: 
- Hola cariño - dijo con ternura - estoy en la cafetería de la plaza. Te dejé una nota en casa por si volvías y veías que no estaba. ¿Acabaste ya?... Me parece perfecto. Te espero aquí-.
Mientras guardaba su móvil en el abrigo con una mano, con la otra alcanzaba su taza de café para seguir saboreando aquél momento. En aquel instante, otra vida ajena entraba por la puerta...Una joven con una mochila en sus espaldas, ataviada con vestuario de montaña... 
Todas aquellas personas que comparten momentos fugaces llevan vidas totalmente distintas a las nuestras, o quizá, sabiendo y conociendo lo que cada uno lleva en su mente se podrían encontrar muchas similitudes de tiempos y experiencias vividas. Observar y detenerse a contemplar la multitud de vidas distintas, o semejantes, en nuestro devenir diario era otro pequeño placer que quiso regalarse esa mañana.

28 octubre, 2014

Vidas separadas, vidas cercanas

Caminaba solitario por la calle mientras aspiraba los distintos olores que el ambiente regaba cada paso. Un gato, solitario como él, caminaba al compás que marcaba la oscuridad. Su pelaje negro ocultaba su esbelto cuerpo, mientras resaltaba la mirada felina entre las sombras. Otra alma solitaria que no buscaba compañía, pensó Mario. 
No llevaba prisa, el tiempo se había detenido por un instante, por unos minutos eternos y unas horas que resultaban agradables para disfrutarlas. 

De vez en cuando su mirada se cruzaba con alguna persona que, lejos de sentir el silencio de su alma, caminaba presuroso para llegar a alguna cita programada. El tiempo escapaba hábilmente de las manos, cuando el espíritu no se paraba a a contemplar cuanto sucedía alrededor. 
Aquella noche era callada, los trinos de los pájaros permanecían acallados por la oscuridad. Las sombras ocultaban los pensamientos del trasiego nocturno, y los sueños vagaban libremente en busca de la esperanza. 
Aquél pensamiento le trajo a la memoria su propio sueño. Ese pequeño rayo de esperanza que ansiaba y anhelaba de forma repetitiva en su mente. No existía ni un sólo momento del día que el recuerdo de su pequeña le acompañase en su devenir diario. Su pequeña...

Las circunstancias le habían obligado a separarse de lo que más quería en el mundo. Su hija. Sangre de su sangre. Aquella sonrisa eterna le acompañaba y atenazaba en sus momentos de soledad. Su vida se truncó cuando su pequeño mundo se fracturó de un golpe. María le había confesado que ya no era feliz junto a él. Ella le confesó que su corazón le pertenecía a otro hombre. El ideal de felicidad se transformó en una pesadilla desde ese momento. 

Ya no más experiencias vividas junto a las dos personas que más le importaban en su vida. No más años de dedicación por intentar se feliz junto a ellas. La estabilidad de hacía unos meses, se tornó en desasosiego. Era un comenzar de cero. La soledad sería su compañía y la felicidad le visitaría cuando tuviera a su hija junto a él. El destino quiso que disfrutar junto a ella, fuera programado en un calendario. No más espontaneidad al volver del colegio, al darle las buenas noches, o al ayudarle con su formación para un futuro. 
El presente, su mujer, un abogado y un juez marcarían las pautas a seguir a partir de ese instante. Se sentía como una marioneta en manos de los demás. Ellos iban a decidir cuando podría estar junto a ella. Su mente y su cuerpo se rebelaban contra todo aquello. 

Tendría que comenzar a vivir con ello. Con la sensación de ausencia. Con un querer y no poder. Con su propia negación para asimilar la sentencia impuesta. 

Era su hija, su pequeña. Un pedacito de cielo que disfrutaba con él en los momentos que compartían juntos. No era justo que las imposiciones le restaran tiempo a aquellos momentos, pero así era y así debía comenzar. 
Llegaría un día que su hija estaría junto a él. Su pequeña crecería y sería consciente de todo el amor que él, su padre, le profesaba. Mientras ese día llegara, su único objetivo sería que ella sintiera su presencia de forma constante, aún no estando junto a ella físicamente. Que sintiera su protección en los momentos de temor, su orgullo en los triunfos conseguidos, y su amor en el día a día. 



26 octubre, 2014

Soledad y Felicidad

La soledad era siempre agradecida en momentos relajados. Le gustaba sentir libertad mientras sentía la compañía del silencio. Amaba la soledad en su hogar, pero sus pensamientos y sensaciones se volvían vulnerables al compartir su soledad con el resto del mundo.

Nunca le gustó salir a dar un paseo sola. En sus paseos se cruzaba con personas que nunca antes había visto, y otras con rostros que resultaban añejos al situarles siempre en el mismo lugar.

Aquella noche desafió sus convicciones y fue a disfrutar de la noche en soledad. La luna aconsejó ciertos caminos para disfrutar de una ciudad bajo su luz. El silencio resultaba volátil siendo atropellado por los vehículos que circulaban. Madrugada en una ciudad empedrada que invitaba a pasear entre sus edificios mientras, en los recovecos de las paredes, silbaban voces alegres que provenían de sus calles. Aquella pequeña ciudad albergaba experiencias dramáticas y sabias. La sabia nueva disfrutaba de la vida sin pensar en amarguras venideras.

Terminaba una calle y comenzaba otra. Dobló la esquina y observó luz con bullicio a lo lejos. Sus pasos fueron acercándose de manera curiosa observando los rostros de las personas que se cruzaba. Jóvenes que disfrutaban de la noche con los amigos. El local estaba lleno y apenas pudo hacerse hueco entre la gente para intentar avanzar. El calor era sofocante y se quitó el abrigo mientras observaba a las personas de su alrededor. En aquellos instantes pensó que no encajaba en aquél lugar.

Mujeres esculturales adornadas de vestidos con destellos de luz y hombres que despertaban en ella mil sensaciones. Tomo la decisión de marcharse de aquél lugar cuando observó que varios ojos permanecían clavados en ella. Sus miradas decían: ¿Dónde vas? Esa mirada inquisitoria acompañada de curiosidad produjo un saludo sonriente por parte de ella.

Dio media vuelta y comenzó a caminar hacia la salida pensando que sería mejor volver a casa. Pocos metros antes de salir se interpuso en su camino un hombre que comenzó a decir su nombre con una sonrisa:

- ¡Hola! Soy Pedro, ¿qué tal?
- Hola, disculpa me marchaba ya.

- Ya veo -sonriendo-. ¿Dónde vas con tanta prisa?
- No llevo prisa -mirando hacia la puerta-.
- Te irás sin decirme siquiera tu nombre?

- Sí. Entre a ciegas y creo que me equivoqué de lugar.
- ¿Por qué? Este sitio está muy bien y, como escucharás, la música tampoco está mal.
- No tengo nada en contra del sitio, ni me voy por la música. Simplemente no encajo en este mundo.
- ¿Qué mundo?
- El mundo de la riqueza donde los esfuerzos no se tienen en cuenta, donde las superaciones personales sólo son los lujos. Un buen coche, un buen acompañante con dinero, lo inalcanzable y vacío que catalogamos muchos...
- ¿No te gusta el dinero? ¿Poseer lujo y todo cuanto sueñas?
- Sería tonta si no me gustara, pero te aseguro que todo esto... no da la felicidad completa.
- La felicidad es algo muy difícil de alcanzar.
- Todo depende de lo que cada uno considere sentirse feliz. El baremo lo pone cada uno de nosotros. Muchas de estas personas se sentirán felices por cuestión material y son afortunadas si también son felices con ellos mismos.
- ¿Dónde quieres llegar?
- No importa –riéndose-, ¿tomamos una copa?, pero antes, ¿me dirás tu nombre?
Marta, ¿puedo irme ya? 



Copyleft. Alzado 2003.
Permitida la reproducción citando al autor e incluyendo un enlace al artículo original.

08 marzo, 2014

El amanecer de la luna

María conducía su coche como venía haciendo desde hacía muchos años a su trabajo. Amanecía y, a la salida de un túnel, la luna apareció frente ella. La observó y dijo calladamente lo linda que estaba. Grande, luminosa, encantadora… Incitaba a mirarla y deleitarse de aquella vista mágica y pensó, en decirle o quizá, pedirle un sueño. Una alma gemela comprensiva, amorosa, honrada para poder amar. Al poco tiempo de esa petición, llegó él. 

Y llegó colmado de amor, generosidad, comprensión, y un sinfín de atenciones que ella nunca había recibido. La barrera de María fue fomentada en el sufrimiento pero fue desapareciendo entre caricias y besos. El sentimiento fluyó de manera indolora amando como nunca antes lo había hecho, respirando y alimentando su alma a diario de vitalidad, amor y plenitud. 

Con el paso del tiempo María estaba convencida de haber encontrado aquella parte fundamental para su vida, el amor, la compañía pero comenzó a darse cuenta de aquello que no vieron sus ojos vedados. El sentimiento luchaba por salir a la superficie y, sin embargo, se escondía cada vez más lejos del corazón. Sus pensamientos derivaban a cómo resolver una situación dolorosa pero acertada. Le amaba pero no podía seguirle en el camino que comenzaron juntos desde que llegó a ella. 

Sucedieron momentos dolorosos que sólo fueron paliados con el sueño. Él se marchaba, con su vida acumulada de pensamientos y arrepentimientos que le llevaban al punto de partida. Ella partía de una situación que no era nueva, y el sentimiento lloró durante muchos días. Arrastró la pena con fuerza y fue marcando un límite para no caer y, también, no sufrir. Acostumbrándose a la vivencia de los hábitos pasados y no llorar. A levantar ánimos y costumbres dejadas en el tiempo que le reportaban satisfacción. Su camino continuaba hacia delante y, pese a desconocer lo que conocería se dijo a sí misma que era necesario rescatar el optimismo, la vitalidad y aquellos tesoros que permanecían hibernando en su interior. 

Un comenzar de cero que ella había decidido. Caminaba hacia su destino.