29 mayo, 2017

Control imaginario

Todos creemos saber aquello que puede atentar nuestra salud física, y aun así, muchas veces continuamos andando por la cuerda floja amando la sensación de vértigo que puede proporcionarnos aquello que provoque una sensación placentera. Buscar el placer es sano, pero cuando la cuerda floja corre el riesgo de romperse, es cuando nos damos cuenta y somos conscientes del peligro que acecha. En este punto, es conveniente parar y reflexionar porque siempre tendremos la opción de continuar balanceándonos o bajar para poner los pies en el suelo. Y esa elección, sólo dependerá de nosotros mismos.

Pero cuando lo que nos hace daño se instala en nuestra mente, no es fácil identificarlo. Pasa a convertirse en algo que forma parte de nuestra rutina, de nuestras creencias y termina convirtiéndose en nuestra verdad. Aferrarnos a algo sabiendo que no puede reportarnos nada bueno, es algo que puede ir en detrimento de nuestra salud psicológica.

Acogemos las ideas y pensamientos como nuestros, y el auto-convencimiento está servido. Son muchos los ejemplos aplicados en muchas y diversas áreas de nuestra vida. Lo que inicialmente pudiese comenzar por ser algo que nos hace sentir bien, puede llegar a convertirse en algo más peligroso como una obsesión o una adicción. Conocemos el sentido de ambas palabras, pero aparecen asociadas a otros aspectos dañinos lejos de nuestras vidas. Cuando queremos darnos cuenta del perjuicio que puede derivarnos un pensamiento que convive con nosotros las veinticuatro horas del día, es tarde para reaccionar.

Cuando es una obsesión el pensamiento invade aquello que vemos, leemos y nos llega de manera desesperada en todo cuanto nos rodea. Ese pensamiento se expande para seguir en la creencia de que vamos por el camino correcto, actuando de idéntica forma y con ausencia de riesgo. Cuando se convierte en adicción, ya es algo que necesitamos a toda costa, pese a quien pese. No escuchamos nada que no tenga que ver con lo que pensamos, ni vemos nada que no tenga que ver con nuestra realidad

Vivimos para y por ese pensamiento y buscamos similitudes en todas las vivencias que llegan a nosotros. No nos paramos a pensar en las consecuencias, porque el ensimismamiento ya circula por nuestras venas. Forma parte de nosotros. De nada sirve que queramos dar a entender a las personas que nos rodean que todo está bajo control. Nos aferramos a la mentira para no admitir que hay un problema. Los actos desdicen la negación de nuestras palabras y no somos conscientes de esa realidad.  


Y cuando esto no se asume, cuando llegamos a este punto, nuestra mente se encuentra sumida en unos estadios característicos de una enfermedad. Aquella que ha conseguido anular nuestra voluntad, convirtiéndonos en simples marionetas vulnerables y fáciles de manejar, siempre que obtengamos aquello que nos reporta placer imaginario y siendo, en realidad, un derrumbe de nuestra mente y un desgaste progresivo de nuestro cuerpo.