Siempre
es bueno marcar unos límites basándose en aquello que estás dispuesto a
tolerar, o que no toleras bajo ninguna circunstancia.
Los límites
físicos marcan las líneas divisorias que los demás no deben traspasar, de esta
manera podemos evitar sentirnos atacados en nuestra propia integridad. Tener
claro que es lo que permitimos, y lo que no, nos ayuda a ser consecuentes con
nuestros actos. Pero ese sencillo, o no tan sencillo ejercicio, no siempre sabemos
llevarlo a la práctica. Aquellas personas que cumplen con sus límites
establecidos, también tienen momentos de flaqueza en determinados momentos de
su vida. Ese punto de debilidad vendrá marcado por la circunstancia que obliga
a moderar, o tolerar, una regla que pusimos nosotros mismos. Por esta causa
cuando toleramos una pequeña puerta abierta para que otra persona la traspase,
debemos estar muy seguros de la decisión tomada para que luego no surjan los
arrepentimientos que podrían dañarnos tanto física como emocionalmente. Una regla
imprescindible es que debemos ser fieles a los límites que consideremos
inalterables. Aquellos que, bajo ninguna circunstancia, debemos permitir. Pero también
debemos comunicar con claridad a la persona que quiera traspasar esa frontera, que
no nos gusta una determinada actitud ante algo que no es de nuestro agrado.
Los
límites emocionales son tan importantes como los físicos, pero quizá sean más
difíciles de aplicar. Lo que debemos tener claro es que si sentimos que no
estamos bien por cómo se han dirigido a nosotros, o como nos han tratado en un
momento determinado, debemos decir aquello que nos molesta para impedir que la
otra persona continúe haciéndolo. Comunicar siempre debe ser una parte
importante para que los demás puedan saber a lo que atenerse si quieren relacionarse
con nosotros. Se pueden tener los límites claros desde el primer momento, pero
también pueden ir surgiendo a medida que vamos conociendo a las personas.
De igual
modo, podemos equivocarnos al marcar unos límites antes de conocer como es la
persona que tenemos delante. Es como si nos pusiéramos una coraza para
defendernos de algo que aún no ha llegado. La razón que nos puede llevar a
actuar así, puede ser debida a experiencias dolorosas del pasado que queremos
evitar a toda costa. Pero estamos errando al presuponer que la persona que
tenemos delante va a tener el mismo comportamiento. De nada sirve avanzar en
ese sentido, porque estaremos obviando lo más esencial. Conozcamos, y después
actuemos en consecuencia.
Los límites
existen para una razón determinada. Apliquemos el mismo baremo para aquellos
que consideremos importantes para nosotros, seamos tolerantes para aquellos que
pueden verse modificados en el transcurso de la vida y, sobre todo, no marquemos
sin conocer a lo que nos enfrentamos.