Esas pequeñas piedras que se cuelan en los zapatos, y
molestan cuando caminas e intentas avanzar asemejan a esos pequeños obstáculos
que sobrevienen en la vida, y que forman contrariedades en tus pensamientos.
Los obstáculos y las piedras, pueden ser de muy diversos
tamaños, y de muy diferente consistencia. Si son diminutos no tardas en
quitarte los zapatos, sacudir y listo. Como nuevo.
Si son de tamaño medio, puede colarse en tu vida, o en tu
avance, por un corto periodo de tiempo hasta que se halle la solución. Pero, y
si la piedra es tan grande que entorpece tu camino, hasta el punto de bloquear
un sólo paso más? En esta tesitura tenemos dos opciones, bordearla y alejarnos
de ella, o bien, buscar herramientas para reducirla a polvo y continuar nuestro
camino.
Las pequeñas piedras no interfieren demasiado en nuestro día
a día, pero si su tamaño no nos permite avanzar y nos hacen parar, observar y
tomar una decisión meditada nuestras costumbres se alteran, modifican y no nos
sentimos cómodos.
La vida, pese a que a veces queramos verla así, no es una
carrera llena de obstáculos. Quiero creer que es un curso de duración ilimitada
que nos enseña a crecer como ser humano, a fortalecernos para que cuando
lleguen experiencias de iguales características, sepamos cómo afrontarlas sin
miedos y sin dudas. En nuestro camino nuestra mochila va llenándose de
vivencias y, precisamente, las que más nos dejan huella, aquellas con las que
verdaderamente aprendemos, son siempre las más dolorosas. Algunas lo son tanto
que transforman, en cierta medida, nuestra forma de ser y endurecen
pensamientos que antaño eran débiles y confiados.
Con este tipo de experiencias se madura a la fuerza porque
elimina cualquier atisbo de ilusión momentánea y el zarpazo de la realidad te
da de lleno en el rostro.
De cada uno depende bordear o buscar las herramientas para
librarnos de la enorme piedra. No puedo deciros qué se siente cuando se bordea
y no se afronta, pues todas aquellas enormes piedras que encontré y encuentro
en mi camino han sido reducidas a polvo. Algunas con muchísima energía, y otras
con descansos intermedios para recuperar fuerzas y continuar.
Lo que sí puedo asegurar es que, cuando la enorme roca es
una simple sombra de cenizas... el atisbo de un ave fénix se ve en kilómetros
y, lo más importante, se siente dentro de uno mismo.