10 noviembre, 2015

Esas piedras del camino

Esas pequeñas piedras que se cuelan en los zapatos, y molestan cuando caminas e intentas avanzar asemejan a esos pequeños obstáculos que sobrevienen en la vida, y que forman contrariedades en tus pensamientos.
Los obstáculos y las piedras, pueden ser de muy diversos tamaños, y de muy diferente consistencia. Si son diminutos no tardas en quitarte los zapatos, sacudir y listo. Como nuevo.

Si son de tamaño medio, puede colarse en tu vida, o en tu avance, por un corto periodo de tiempo hasta que se halle la solución. Pero, y si la piedra es tan grande que entorpece tu camino, hasta el punto de bloquear un sólo paso más? En esta tesitura tenemos dos opciones, bordearla y alejarnos de ella, o bien, buscar herramientas para reducirla a polvo y continuar nuestro camino.

Las pequeñas piedras no interfieren demasiado en nuestro día a día, pero si su tamaño no nos permite avanzar y nos hacen parar, observar y tomar una decisión meditada nuestras costumbres se alteran, modifican y no nos sentimos cómodos.

La vida, pese a que a veces queramos verla así, no es una carrera llena de obstáculos. Quiero creer que es un curso de duración ilimitada que nos enseña a crecer como ser humano, a fortalecernos para que cuando lleguen experiencias de iguales características, sepamos cómo afrontarlas sin miedos y sin dudas. En nuestro camino nuestra mochila va llenándose de vivencias y, precisamente, las que más nos dejan huella, aquellas con las que verdaderamente aprendemos, son siempre las más dolorosas. Algunas lo son tanto que transforman, en cierta medida, nuestra forma de ser y endurecen pensamientos que antaño eran débiles y confiados.
Con este tipo de experiencias se madura a la fuerza porque elimina cualquier atisbo de ilusión momentánea y el zarpazo de la realidad te da de lleno en el rostro.

De cada uno depende bordear o buscar las herramientas para librarnos de la enorme piedra. No puedo deciros qué se siente cuando se bordea y no se afronta, pues todas aquellas enormes piedras que encontré y encuentro en mi camino han sido reducidas a polvo. Algunas con muchísima energía, y otras con descansos intermedios para recuperar fuerzas y continuar.

Lo que sí puedo asegurar es que, cuando la enorme roca es una simple sombra de cenizas... el atisbo de un ave fénix se ve en kilómetros y, lo más importante, se siente dentro de uno mismo.

20 enero, 2015

A mi ángel


Recientemente me han dicho que te llamas Omael. Me gusta pronunciar tu nombre. Es una suave sensación de sílabas que se deslizan por la boca. Sé que yo soy importante para ti, y sin necesidad de pronunciarlo, sabes que tú también lo eres para mí.

Durante toda mi vida he sentido una compañía protectora junto a mí. Ahora sé que eras y sigues siendo tú. No podría explicar con palabras, el sentimiento de profunda certeza por no tener ninguna duda acerca de tus respuestas. No llegan con palabras, pero sé perfectamente cuando me llegan. Es algo que sientes, es algo que se diluye de la forma más natural y cotidiana posible.

Quiero cuidarte de igual forma que tú cuidas de mí. En cuestión de confianza, posiblemente confíe más en ti, que tú en mí. Porque sabes que puedo ser débil en algunos momentos, y porque sé que estarás si te necesito en momentos de flaqueza.

Me cuidas y me proteges. Sin esperar nada a cambio. Sí, sé que esperas que te escuche y que ponga atención en tus indicaciones. Pero la vida, muchas veces, es tan estresante que no da tiempo para parar y escucharte. Me conoces y sabes que como no lo tenga delante, no lo veo. Me muestro ciega dejando que la vida diaria me absorba en todas las vicisitudes que llegan a mi.

Buscaré un tiempo determinado al día para dedicarme a ti. Para ir conociéndonos un poco más. Debo acostumbrarme poco a poco. No hay prisa, sé que tú no te marcharás. Y también sé que cuando nos conozcamos ese poco más, formarás parte de mi vida de forma totalmente natural. Seguiré necesitando de ti, y me seguirá gustando aprender de ti.

Acabamos de conocernos, ¿comenzamos nuestra relación eterna?

17 enero, 2015

Feminidad

Amanece y acaricio mi piel cálida bajo las sábanas. Mi mano se detiene en el cuello, intentando abarcar su diámetro con suavidad. Las yemas de mis dedos acarician cada poro sintiendo la vida que fluye dentro de mí. Al instante, realizan un leve desvío de su ruta para esparcirse en una zona más amplia. Suavemente rozan la piel del pecho y de detienen. Mi mano, estira sus dedos para abarcar la pequeña circunferencia que nota. Pide a los dedos que exploren, que acaricien para transmitir la información al cerebro. Aquella zona ha cambiado, ha bajado su volumen hasta el punto de apenas apercibirse. ¿Qué ha pasado? El cerebro comienza a procesar la información para sugerir una posible respuesta que satisfaga a su mano.

Poca alimentación, ejercicio constante, desgana, falta de ilusión… muchos factores influyen para llegar a esa situación. El cuerpo va retirando sobrantes de forma rápida y el envoltorio se torna más pequeño. Mientras mi mano procesa la información, los dedos continúan sintiendo la pequeña extensión que torna la planicie. Los huesos de sus costillas aparecen marcados en su costado de una forma ilógica.

Aquello pertenecía a un cuerpo femenino y, sin embargo, su visión era masculina. Resultó ser una visión contradictoria. Nunca habían tocado el cielo, pero ahora no llegarían ni a vislumbrarlo. Daba igual la prenda que acogiese esos retazos de piel, nunca se adaptarían por completo a aquellos recovecos escondidos. Imaginó los pensamientos nefastos que siempre escuchó sobre la falta de feminidad, al carecer de un volumen determinado en esa zona tan particular.

Pensó que una mujer no se forma en base a su aspecto físico. Se forma con las experiencias vividas, con los amores amados, con la ternura al observar, con la sensualidad de una mirada, con el deseo del despertar dormido, con una sonrisa bañada de franqueza o con pensamientos propios que no se acallan ante comentarios nefastos.

Recordó sufrimientos y complejos pasados para luchar contra lo no otorgado. Imaginó la multitud de mujeres que acudían, y acuden, a centros médicos para recuperar su autoestima y feminidad... Todo vale si te aceptas. Ella formó parte de ese sueño, pero al final fue una petición ahogada en el tiempo.

Pensó que esa falta de feminidad en su cuerpo sería suplida por otra… 

Día cero.

Rota y desgajada. Así me siento hoy. La ilusión, sí, esa que aflora por mis poros de forma permanente. Hoy se ha ido, hoy me abandonó. Quiero sujetarme al extremo de la cuerda que me ayude a alcanzarla. Pero no puedo. Llevo intentándolo desde bien temprano, pero no hay forma de conseguirlo. Es un día gris, dentro y fuera de mí.

Analizo mis pensamientos una y otra vez, pero lo único que me permite la mente es transmitirme tristeza. Necesito llenar mis pulmones de aire, hasta que ya no pueda más y liberar en cada suspiro el dolor. El dolor por sentirme vulnerable, demasiado vulnerable. Una simple brizna de aire, hoy, puede tumbarme. Puede hundirme un poco más para cerciorarse que me acerco a la tristeza en su cara más profunda.

Quiero luchar por salir, pero mis fuerzas abandonan cada intento. Arrastro mi corazón y lo cuido. Debo fortalecerle, una vez más. Debería estar acostumbrado a estos envites, pero creo que peca de presuntuoso pensando que la zona ya tiene su barrera de seguridad. Esta vez, no ha sido así. Una nueva derrota en la batalla de la vida y en los combates de vivir. Me pregunto sí será la última, de ahí que quiera comenzar desde cero la siguiente barrera. Una zona de auto-protección.  Para curarme en salud de los pies a la cabeza. Algo que, en su día, alguien me criticó.

Es necesario tenerla para no sufrir. Para que salgan sonrisas, en lugar de lágrimas. Para que tu sombra no vaya arrastrándose sin ganas. Para que tu corazón se rearme, de nuevo, y pueda afrontar más combates. Porque, vendrán más. De igual índole, o distinta, pero vendrán.
Todos tenemos combates en la vida, todos. Y aunque el trasfondo no sea igual, hay pocas temáticas. La vida arremete, de vez en cuando, y el reto consiste en superarlo.

Es duro tener que decir adiós a una persona amada, querida, y saber que no volverás a verla en esta vida. Una ausencia definitiva.
Duele cuando ves que te quedan horas para disfrutar de tu casa, esa que has ido pagando con sacrificio y compraste con ilusión. Horas para que personas extrañas te saquen de ella, de tu hogar.
Sientes un vacío tremendo cuando tu esquema familiar se fragmenta por una separación. Si no hay hijos es más fácil. El corazón endurece y se asume de forma más rápida. Pero sí los hijos están, una parte de tu corazón se resquebraja.
De igual forma tu corazón se fragmenta en pequeños trozos, cuando debes renunciar a la persona amada. Por imposición, o por no dañarte más.

El dolor, la tristeza y el sufrimiento nos sobrevienen de muchas maneras. El trabajo que hay que hacer es continuar hacia delante, en todos los casos. La vida continúa y hay que avanzar todos los días un poco más. Es necesario buscar las fuerzas para conseguir escapar.


Hoy es mi día cero. Hoy no cuenta.