07 noviembre, 2014

Pequeños placeres

Aquella mañana los ojos de Eva buscaron el nuevo día demasiado pronto. Su mente se negaba a adormecer sus pensamientos, y su cuerpo pedía actividad. Se levantó con demasiada pasividad, quizá por llevar la contraria a lo que le pedía su otro yo interno, pero tuvo que claudicar cuando sus pies iban directamente hacia la ducha. Un baño de agua caliente vendría bien para terminar de despertarse y desechar la idea de volver a la cama. 
Mientras se desnudaba, observó su cuerpo de apariencia frágil, un rostro de sobra conocido y unas bolsas sospechosas que asomaban debajo de sus ojos ocultando las cuencas que recordaba haber visto la noche pasada. Retención de líquidos, pensó. Hoy tendría que hacer algo para que esas pequeñas bolsitas desaparecieran y recuperar su rostro normal. 
Luis había madrugado más que ella y sólo recordaba el beso matutino que él le dio mientras ella disfrutaba de la calidez de las sábanas. El chorro de agua caliente cayendo por su melena la sumió en un momento plácido, mientras pensaba en lo que haría mientras Luis llegara. El agua resbalaba por su cuerpo mientras observaba como iba mojando su pequeña anatomía poco a poco. Ante la ausencia de Luis, pensó que no había nada mejor que comenzar el día con un pequeño placer, y la ducha de agua caliente había sido su elección. Mientras duró el ritual del aseo determinó que haría cuando desayunara. Era algo que llevaba tiempo pensando pero que, sin embargo, nunca se había decidido a hacer. El siguiente placer que pudo proporcionarse fue oler a café recién hecho. Años atrás aborrecía el café, pero después de probarlo un día por compromiso fue aumentando su adicción a la cafeína poco a poco. Ahora le gustaba con cuerpo, fuerte y apagando ese sabor con apenas unas gotas de leche. Lo justo para mancharlo. La cocina fue inundándose poco a poco de los olores característicos de una mañana de domingo. Café, tostadas, zumo de naranja recién exprimida... Aún era pronto para que se oyeran las voces infantiles de sus vecinos, y quiso sentir el silencio reinante en toda la casa y alrededores. Otro momento de placer. 
Cuando hubo terminado, fue al dormitorio para elegir el vestuario más apropiado para lo que se disponía a hacer. Unas mallas, un sueter ancho y unas botas cómodas. Miró hacia la ventana. No podría adivinar fácilmente la temperatura del exterior, pero observó que los cristales estaban empañados y eso era indicativo de que fuera, hacía más frío que en casa. Posiblemente añadiría una bufanda y un gorro mientras su cuerpo se estremecía al notar mentalmente la calidez de su abrigo. 
Salió de casa pensando que no había dejado ninguna nota a Luis. Volvió sobre sus pasos y buscó encima del mueble papel y boli para dejarle anotado: "Cariño, estaré en la plaza. Si te apetece, allí te esperaré. Luego ya veremos lo que hacemos. Te quiero."
Esta vez, sí, salió de casa y se encaminó escaleras abajo sin pensar en lo que podría surgir de aquella plaza. La calle apenas estaba transitada, la ciudad aún dormía y hacía frío. Alguien tan loco como ella saldría a la calle para nada en concreto, y tanto a la vez. La plaza se encontraba a pocos pasos de su casa. Apenas tardó unos minutos en llegar a ella. Nadie en los alrededores, pésimo plan, pensó. El ruido de unas tazas de café alineándose en la barra despertó sus ganas de un segundo café. Haré tiempo, pensó... 
Entro en la cafetería y se sentó en una de aquellas sillas vacías que llenaban el local. Dos personas estaban como ella sentados en la barra. Eran dos hombres que conversaban acerca de lo vivido la noche pasada. Uno de ellos mantenía el nivel de conversación con tono normal, mientras el otro balbuceaba palabras sin sentido mientras intentaba explicarle a su compañero de barra que esa noche había conocido a la que podría ser, la mujer de su vida. Su rostro denotaba excitación y, a la vez, la mirada perdida del alcohol. Su acompañante le decía que estaba equivocado, que aquella mujer había pasado de él en toda la noche, y que las copas ingeridas no le habían permitido ver la realidad. Añadiendo que si de verdad le interesaba esa mujer, le demostrara que tenía su número de teléfono. 
El ilusionado buscó entre sus bolsillos, mientras el incrédulo se reía... 
En aquellos momentos entró por la puerta del local otra alma madrugadora con un niño de apenas 6 años de la mano. Ocuparon dos sillas y llamaron al camarero anunciándole un café con leche y un cola-cao. El niño bostezaba mientras su madre echaba el contenido del sobre en un vaso de leche caliente y removía para mezclar. Escuchó como la madre volvía  a solicitar al camarero un croissant a la plancha, mientras le preguntaba a su hijo si tenía hambre. El niño apenas contestó haciendo un pequeño gesto negativo con la cabeza. Su madre le explicó que tenían que darse prisa porque debían coger el bus a tiempo. Ilusionó el despertar del niño adelantándose en el tiempo narrando lo que aquél día les deparaba. Una pequeña reunión familiar donde podría jugar con sus primos. Unos primos que conocería por primera vez. Los ojos del niño de abrieron de par en par ante el miedo a lo desconocido y la cercanía de saber que aquellas personas nuevas en su vida formaban parte de su familia. 
Mientras, los dos compañeros de barra habían llegado al acuerdo del enamoramiento fugaz y los alicientes que pueden depararte otra noche de juerga. 
De repente el teléfono de Eva sonó: 
- Hola cariño - dijo con ternura - estoy en la cafetería de la plaza. Te dejé una nota en casa por si volvías y veías que no estaba. ¿Acabaste ya?... Me parece perfecto. Te espero aquí-.
Mientras guardaba su móvil en el abrigo con una mano, con la otra alcanzaba su taza de café para seguir saboreando aquél momento. En aquel instante, otra vida ajena entraba por la puerta...Una joven con una mochila en sus espaldas, ataviada con vestuario de montaña... 
Todas aquellas personas que comparten momentos fugaces llevan vidas totalmente distintas a las nuestras, o quizá, sabiendo y conociendo lo que cada uno lleva en su mente se podrían encontrar muchas similitudes de tiempos y experiencias vividas. Observar y detenerse a contemplar la multitud de vidas distintas, o semejantes, en nuestro devenir diario era otro pequeño placer que quiso regalarse esa mañana.