17 enero, 2015

Feminidad

Amanece y acaricio mi piel cálida bajo las sábanas. Mi mano se detiene en el cuello, intentando abarcar su diámetro con suavidad. Las yemas de mis dedos acarician cada poro sintiendo la vida que fluye dentro de mí. Al instante, realizan un leve desvío de su ruta para esparcirse en una zona más amplia. Suavemente rozan la piel del pecho y de detienen. Mi mano, estira sus dedos para abarcar la pequeña circunferencia que nota. Pide a los dedos que exploren, que acaricien para transmitir la información al cerebro. Aquella zona ha cambiado, ha bajado su volumen hasta el punto de apenas apercibirse. ¿Qué ha pasado? El cerebro comienza a procesar la información para sugerir una posible respuesta que satisfaga a su mano.

Poca alimentación, ejercicio constante, desgana, falta de ilusión… muchos factores influyen para llegar a esa situación. El cuerpo va retirando sobrantes de forma rápida y el envoltorio se torna más pequeño. Mientras mi mano procesa la información, los dedos continúan sintiendo la pequeña extensión que torna la planicie. Los huesos de sus costillas aparecen marcados en su costado de una forma ilógica.

Aquello pertenecía a un cuerpo femenino y, sin embargo, su visión era masculina. Resultó ser una visión contradictoria. Nunca habían tocado el cielo, pero ahora no llegarían ni a vislumbrarlo. Daba igual la prenda que acogiese esos retazos de piel, nunca se adaptarían por completo a aquellos recovecos escondidos. Imaginó los pensamientos nefastos que siempre escuchó sobre la falta de feminidad, al carecer de un volumen determinado en esa zona tan particular.

Pensó que una mujer no se forma en base a su aspecto físico. Se forma con las experiencias vividas, con los amores amados, con la ternura al observar, con la sensualidad de una mirada, con el deseo del despertar dormido, con una sonrisa bañada de franqueza o con pensamientos propios que no se acallan ante comentarios nefastos.

Recordó sufrimientos y complejos pasados para luchar contra lo no otorgado. Imaginó la multitud de mujeres que acudían, y acuden, a centros médicos para recuperar su autoestima y feminidad... Todo vale si te aceptas. Ella formó parte de ese sueño, pero al final fue una petición ahogada en el tiempo.

Pensó que esa falta de feminidad en su cuerpo sería suplida por otra… 

Día cero.

Rota y desgajada. Así me siento hoy. La ilusión, sí, esa que aflora por mis poros de forma permanente. Hoy se ha ido, hoy me abandonó. Quiero sujetarme al extremo de la cuerda que me ayude a alcanzarla. Pero no puedo. Llevo intentándolo desde bien temprano, pero no hay forma de conseguirlo. Es un día gris, dentro y fuera de mí.

Analizo mis pensamientos una y otra vez, pero lo único que me permite la mente es transmitirme tristeza. Necesito llenar mis pulmones de aire, hasta que ya no pueda más y liberar en cada suspiro el dolor. El dolor por sentirme vulnerable, demasiado vulnerable. Una simple brizna de aire, hoy, puede tumbarme. Puede hundirme un poco más para cerciorarse que me acerco a la tristeza en su cara más profunda.

Quiero luchar por salir, pero mis fuerzas abandonan cada intento. Arrastro mi corazón y lo cuido. Debo fortalecerle, una vez más. Debería estar acostumbrado a estos envites, pero creo que peca de presuntuoso pensando que la zona ya tiene su barrera de seguridad. Esta vez, no ha sido así. Una nueva derrota en la batalla de la vida y en los combates de vivir. Me pregunto sí será la última, de ahí que quiera comenzar desde cero la siguiente barrera. Una zona de auto-protección.  Para curarme en salud de los pies a la cabeza. Algo que, en su día, alguien me criticó.

Es necesario tenerla para no sufrir. Para que salgan sonrisas, en lugar de lágrimas. Para que tu sombra no vaya arrastrándose sin ganas. Para que tu corazón se rearme, de nuevo, y pueda afrontar más combates. Porque, vendrán más. De igual índole, o distinta, pero vendrán.
Todos tenemos combates en la vida, todos. Y aunque el trasfondo no sea igual, hay pocas temáticas. La vida arremete, de vez en cuando, y el reto consiste en superarlo.

Es duro tener que decir adiós a una persona amada, querida, y saber que no volverás a verla en esta vida. Una ausencia definitiva.
Duele cuando ves que te quedan horas para disfrutar de tu casa, esa que has ido pagando con sacrificio y compraste con ilusión. Horas para que personas extrañas te saquen de ella, de tu hogar.
Sientes un vacío tremendo cuando tu esquema familiar se fragmenta por una separación. Si no hay hijos es más fácil. El corazón endurece y se asume de forma más rápida. Pero sí los hijos están, una parte de tu corazón se resquebraja.
De igual forma tu corazón se fragmenta en pequeños trozos, cuando debes renunciar a la persona amada. Por imposición, o por no dañarte más.

El dolor, la tristeza y el sufrimiento nos sobrevienen de muchas maneras. El trabajo que hay que hacer es continuar hacia delante, en todos los casos. La vida continúa y hay que avanzar todos los días un poco más. Es necesario buscar las fuerzas para conseguir escapar.


Hoy es mi día cero. Hoy no cuenta.