No llevaba prisa, el tiempo se había detenido por un instante, por unos minutos eternos y unas horas que resultaban agradables para disfrutarlas.
De vez en cuando su mirada se cruzaba con alguna persona que, lejos de sentir el silencio de su alma, caminaba presuroso para llegar a alguna cita programada. El tiempo escapaba hábilmente de las manos, cuando el espíritu no se paraba a a contemplar cuanto sucedía alrededor.
Aquella noche era callada, los trinos de los pájaros permanecían acallados por la oscuridad. Las sombras ocultaban los pensamientos del trasiego nocturno, y los sueños vagaban libremente en busca de la esperanza.
Aquél pensamiento le trajo a la memoria su propio sueño. Ese pequeño rayo de esperanza que ansiaba y anhelaba de forma repetitiva en su mente. No existía ni un sólo momento del día que el recuerdo de su pequeña le acompañase en su devenir diario. Su pequeña...
Las circunstancias le habían obligado a separarse de lo que más quería en el mundo. Su hija. Sangre de su sangre. Aquella sonrisa eterna le acompañaba y atenazaba en sus momentos de soledad. Su vida se truncó cuando su pequeño mundo se fracturó de un golpe. María le había confesado que ya no era feliz junto a él. Ella le confesó que su corazón le pertenecía a otro hombre. El ideal de felicidad se transformó en una pesadilla desde ese momento.
Ya no más experiencias vividas junto a las dos personas que más le importaban en su vida. No más años de dedicación por intentar se feliz junto a ellas. La estabilidad de hacía unos meses, se tornó en desasosiego. Era un comenzar de cero. La soledad sería su compañía y la felicidad le visitaría cuando tuviera a su hija junto a él. El destino quiso que disfrutar junto a ella, fuera programado en un calendario. No más espontaneidad al volver del colegio, al darle las buenas noches, o al ayudarle con su formación para un futuro.
El presente, su mujer, un abogado y un juez marcarían las pautas a seguir a partir de ese instante. Se sentía como una marioneta en manos de los demás. Ellos iban a decidir cuando podría estar junto a ella. Su mente y su cuerpo se rebelaban contra todo aquello.
Tendría que comenzar a vivir con ello. Con la sensación de ausencia. Con un querer y no poder. Con su propia negación para asimilar la sentencia impuesta.
Era su hija, su pequeña. Un pedacito de cielo que disfrutaba con él en los momentos que compartían juntos. No era justo que las imposiciones le restaran tiempo a aquellos momentos, pero así era y así debía comenzar.
Llegaría un día que su hija estaría junto a él. Su pequeña crecería y sería consciente de todo el amor que él, su padre, le profesaba. Mientras ese día llegara, su único objetivo sería que ella sintiera su presencia de forma constante, aún no estando junto a ella físicamente. Que sintiera su protección en los momentos de temor, su orgullo en los triunfos conseguidos, y su amor en el día a día.