15 agosto, 2006

Futuro, ¿estás ahí?

Su mundo se desmoronaba alrededor y los recursos, a pesar de consumirlos poco a poco, se agotaban. La sequía interminable no daba los frutos suficientes para subsistir y los cereales no germinaban en muchos lugares del pequeño huerto. Esa mañana había madrugado y vagaba paseando sin destino por aquellas calles que habían acompañado cada uno de sus pasos desde que nació. Amanecía y el silencio reinaba en todos los rincones de la ciudad.

Mientras paseaba pensaba en la decisión a tomar. Una decisión que rondaba su cabeza desde hacía unos meses sin sacar fuerzas para lanzarse al vacío, o a la esperanza. Entró en casa y observó a su pequeño durmiendo placidamente en su camastro. Quería darle un mundo mejor pero tampoco estaba dispuesta a abandonarle para que sus perspectivas mejoraran. Aquella idea rondaba por su mente castigando sus pensamientos y el tormento que producía en su corazón no dejaba pensar con claridad. Volvió a mirar a su pequeño y la mirada regresó al camastro donde dormía su madre.

En su ausencia ella cuidaría de él. Aún era una mujer fuerte, vigorosa y la educación que impartiría a su hijo sería satisfactoria. Una vez pudieran reunirse con ella todo sería mejor. La imagen de su marido regresó como tantas veces y sus pensamientos le pedían ayuda para decidirse porque desde su ausencia le echaba mucho de menos. Se marchó en un momento difícil, cuando su hijo contaba con meses de edad, buscando una salida para aquella situación. El mar le atrapó y se lo llevó hasta el fondo para retener su cuerpo hasta la eternidad.

Aquél mar embravecido se llevó su cuerpo y el de sus compañeros de viaje. Habían osado soñar con una vida mejor y el destino quiso que no llegaran a ella. Desde la comandancia le informaron que el cayuco donde viajaba su marido había zozobrado en mar abierto apuntando una posible tormenta como causa del naufragio. Su mundo se desmoronó ante la noticia. No se intentó saber más porque, según el oficial, esos naufragios eran algo muy usual. Las personas se suben a barcazas que no están preparadas para ese tipo de viajes y cualquier imprevisto en el temporal acaba con ellas fácilmente. Sus palabras resultaron extremadamente frías para su dolor. Ni una palabra de ánimo o consuelo escuchó de sus labios, sólo una frase despreciativa e indiferente semejando la pérdida de seres humanos con mercancía. –Es algo que pasa a diario.
La pérdida de la mercancía es inevitable...-.

Ahora ella se replanteaba seguir el mismo camino que había comenzado su marido. Subirse a una barcaza que le llevara a un lugar mejor para vivir. Sería una etapa dura en sus comienzos porque debería aprender el idioma del país extraño, pero el trabajo no le asustaba. Había soportado todo tipo de condiciones a la hora de trabajar y pensaba que peor no sería. Decidió acercarse esa misma mañana a la casa donde encontraría a la persona que le proporcionaría un sitio en un cayuco, pero antes de ir tendría que romper su pequeño recipiente de barro donde llevaba guardando unos pequeños ahorros. Confiaba en tener lo suficiente para conseguir ese hueco en el cayuco.

Se dirigió de manera decidida al rincón donde lo guardaba. Levantó la losa del suelo y lo sacó. Un pequeño lienzo lo envolvía para preservarlo de la luz y cuando lo retiró deseó tener la cantidad suficiente para pagar el asiento. Cogió un martillo y con un golpe seco el recipiente se partió en dos. Contó las monedas y ordenó los billetes para contar y sumar. ¿Sería suficiente? No sabía la cantidad que le pediría el hombre que tenía pensado visitar esa mañana, pero era todo lo que tenía. Apartó unas monedas para la supervivencia de los próximos días y el resto lo guardó en el lienzo que había guardado con el recipiente de barro. Aguardaría hasta más tarde para ir a verle... su pequeño había despertado y reclamaba su presencia.

A media mañana la ciudad bullía con los ruidos procedentes de las voces que vendían en el mercado todo tipo de productos: cereales, zanahorias, plátanos... familias enteras que dependían de pequeños recursos, como ella, gracias a sus pequeños huertos. Aquella mañana estaba siendo propicia y le quedaba poco para vender y recoger el pequeño tenderete que consistía en una tela extendida en el suelo. Cuando vendió la última porción que le quedaba recogió la tela y se encaminó hacia la casa del hombre que podría transmitirle esperanza a su futuro. Según se aproximaba a su casa le vio apoyado en una pared cercana en actitud de espera observando a la gente que paseaba delante de él. Su mirada reflejaba poder, algo le confería una imagen omnipresente y él lo sabía. Proporcionaba libertad para situaciones extremas y todos en aquella ciudad sabían donde encontrarle, pero ella desconocía el precio a pagar por la ansiada libertad.

Le saludó y comenzó a hablar de sus ideas, él le hizo un gesto con la mano para que callara y le siguió hasta un pequeño callejón donde nadie pudiera oírles. A pesar de que todo el mundo sabía a qué se dedicaba y con qué comerciaba, no dudaban en recurrir a él cuando la necesidad era desesperada. Él sabía la situación tan extrema que empujaba a todas aquellas personas y usaba su poder para hacer prevalecer sus tarifas. Ella le dio el lienzo con el dinero, él lo abrió y contó. Un pequeño gesto de contradicción salió de sus labios explicando que aquello no era suficiente, a la vez que pedía más.

La desesperación acudió a sus ojos y comenzó a llorar balbuceando que no tenía nada más, pero aquel hombre nombró su pequeño huerto donde cultivaba el escaso sustento diario como parte integrante del trato. A su pensamiento acudieron su pequeño y su madre pensando que no podía negarles la supervivencia entregando aquella porción de tierra a ese extraño. Pronunció no y su mirada se convirtió en lasciva para recorrer su cuerpo mientras insinuaba que tendría que terminar de pagar el pasaje de alguna otra manera. Sintió vergüenza y asco de imaginar yaciendo en la cama con ese hombre y cuando él se aproximó para besar sus labios ella rehusó de manera brusca. Aquella negativa enfureció al desconocido y alzando la voz le dijo que era su única manera de salir de aquella mierda para poder ofrecer una salida a su vida. Le increpó su orgullo recordándole que no estaba en actitud de pensárselo demasiado porque él era conocedor de su precaria situación. Tenía razón.

Hizo ademán de acercarse para besar sus labios de nuevo y, esta vez, se quedó quieta para recibirlo. Su aliento apestaba y sus manos se infiltraban de manera grosera a través de su vestido para manosear zonas olvidadas hacía tiempo. La repulsión y las náuseas acudieron de manera natural, pero contuvo ambas sensaciones pensando en su hijo, madre... tierra extraña. Aquél hombre empujó su cuerpo al suelo y se tumbó encima para gozar de manera salvaje. Intentaba abrir sus piernas con fuerza y ella cerró los ojos para no ver su rostro apestoso baboseando encima de su cara. Ella gritó cuando sintió su miembro en el interior deseando que aquello terminara pronto. A los pocos minutos él dejó caer su peso a un lado mientras su cuerpo aún se sacudía por los espasmos al eyacular. Se levantó y se marchó dejando su cuerpo tumbado en aquél sucio callejón mientras informaba de la hora de salida: Cuatro de la madrugada.


Se incorporó y se apoyó en la pared cercana mientras pensaba en lo que acababa de ocurrir. La vergüenza fue alejándose pensando en el futuro que comenzaba esa misma madrugada. Se levantó y comenzó a andar hacia su casa. Debía informar a su madre de su próximo viaje intentando transmitirle vida, en lugar de muerte.



Copyleft. Alzado 2003
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1 comentario:

Anónimo dijo...

Mil millones de ojos
Muchos días al levantarte por la mañana más de mil millones de ojos sobrevuelan la nitidez del día. Tras un sorbo de café aparece un emigrante ilegal que es descubierto por una patrulla fronteriza en el desierto de California en una especie de juego cruel del gato imperialista y el ratón subdesarrollado. Al pasar la hoja del periódico sabes que centenares de espaldas mojadas saltan el muro de acero levantado por Estados Unidos huyendo de la nada para precipitarse en otra nada llamada progreso. Una embarcación llena de boat people vietnamitas en realidad va a la deriva hasta toparse con un iceberg llamado Hong-Kong, ya sabemos cuál es el resultado. Sabes también que varias pateras llenas de desespero tentarán esta noche la fuerza de las tormentas del estrecho de Gibraltar atraídas por el imán del paraíso Europa que les niega a los inmigrantes el derecho a ser personas y juega sucio con el trabajo sucio que nadie quiere.
Cada mañana las paradojas del mundo se cuelan en cada bocado, como esos palestinos carcomidos por la espera de años y años que nunca han pisado Palestina y que aguardan en una tierra de nadie al sur del Líbano. Poblados kurdos en el norte de Irak donde no hay un solo hombre después que el ejército los masacrara a todos por el simple hecho de ser kurdos.
La nube de leche en el café parece extenderse como esa mancha de petróleo que se llama miseria y que asfixia toda dignidad humana que ha sido tempranamente traicionada. Los meninos da rua de Brasil son ya como otros tantos niños de la calle en Casablanca. Todo sabe amargo cuando vemos niños que han nacido en la cárcel hijos de refugiados vietnamitas, niñas en China abandonadas en míseros orfelinatos y niños angoleños tristemente mutilados por minas antipersonas en un África hundiéndose en el apocalipsis. En realidad no son niños, son viejos sin futuro.
No solamente los niños explotados y las niñas prostituidas preguntan por qué, preguntan por qué las mujeres afganas desplazadas en campamentos por no poder resistir la infamia del regimen de los talibanes.
Debajo de los puentes de Yakarta, sobre tristes barcazas en el río Saigón, en el hueco que dejan los raíles en las estaciones de Calcuta o en las fosas de aguas residuales en la ciudad de México una humanidad es borrada del mapa porque no entra en los cánones de un progreso llamado civilización que ha de producir y consumir ciegamente.
Una anciana indígena en Chiapas no pregunta ya, su rostro cosido por el dolor sabe que es discriminada por ser mujer, vieja, campesina, viuda, pobre, indígena, discriminada por su credo, por su idioma, encajando una herida más cuando los paramilitares asesinan fríamente a su marido y a sus hijos.
Todo esto nos queda lejos, el rumor monocorde de las noticias televisivas parece confirmarlo. Pero no nos damos cuenta que el corazón de Europa está roto y se llama Bosnia y Kosovo. Está cerca y se llama también terrorismo, nacionalismo, terrorismo de estado, corrupción generalizada.
El maquillaje de la democracia ya no da más de sí, el rimel de la sociedad del bienestar se corre para dar paso a ese verdadero rostro del capitalismo duro que eufemísticamente se llama globalización.
Es hora de reconocer que la deriva del mundo nos afecta y que debemos darle una respuesta al por qué de esos millones de miradas . Ahora...

kissssss, Icea